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La otra dimensión

Compartir experiencias nos enriquece, y recordar momentos clave a lo largo del recorrido nos refresca la memoria y muchas veces nos amplia la mirada, devolviendo la confianza en los procesos y en la vida. Escribí estas líneas hace casi 2 años, en uno de esos varios “momentos bisagra” que ha tenido mi vida. Y aunque ahora estoy en un lugar y contextos muy diferentes, te lo comparto porque me pareció una buena forma de contarte un poco más de mi historia y parte del recorrido que me trajo hasta acá.

Lo recuerdo bien. Fue en 2020, una tarde de Julio, fría  y gris, en plena cuarentena. Estaba en mi amado departamento de la calle Fitz Roy. Era tal la tristeza que sentía, que no podía levantarme de la cama, no encontraba las fuerzas o la razón. Solo quería cerrar los ojos y aparecer en otro lugar y en otra vida. Me había tomado unos días de “vacaciones”, sobre todo mentales. Y al bajar un cambio y hacer ese stop que tanto necesitaba, me encontré cara a cara con una tristeza tan profunda y extensa que no sabía donde empezaba ni terminaba En ese momento, lo recuerdo bien, llorando en la cama, una voz desde mi interior me hizo esta pregunta: Andre: ¿qué estás necesitando? ¿Qué te está haciendo falta para volver a sentir un poquito de ganas de vivir? ¿Qué necesitás? Y la respuesta fue tan clara como el agua. Necesitaba la naturaleza y el mar.

Escribo estas líneas desde uno de los lugares más bellos que he conocido. Arraial d´Ajuda es un pequeño “pueblo” costero del sur de Bahía, de unos 30.000 habitantes. En verdad es un sitio hermoso, con su mar azul, su vegetación, su centro histórico y la iglesia. Pero tiene algo que no puedo explicar, que hizo que eligiera este lugar para vivir, al menos por un tiempo.  Había venido aquí de vacaciones hace menos de dos años. En ese entonces tenía dos trabajos que no me llenaban, a los que claramente ya no pertenecía. Y estaba en una “relación” en la que me sentía más sola  que estando sola. Recuerdo que cuando volvía en el avión, de esas vacaciones,  lloraba desconsoladamente, sin pudor ni filtro alguno. Ni recuerdo quién venía sentado al lado mío y francamente no me importaba lo que pensara. Solo sabía que no quería volver a la vida que me esperaba. Pero sencillamente, en ese entonces, no veía otra salida. No había forma que alguna parte de mi ser siquiera  imaginara,  que en menos de dos años iba a estar de vuelta  junto a ese mar azul, escribiendo estas líneas desde aquel mismo lugar  y en  tan diferente situación.

Era Junio por aquel entonces, cuando conocí Arraial, y aquel día que bajé del avión y volví a pisar suelo porteño fue el más frío del año. El contraste con el amable invierno bahiano fue abrumador. Me esperaba un frío invierno, y lo sabía. Recuerdo aquellos días como unos de los más grises y cuesta arriba que me tocó vivir. También recuerdo a mi amiga del alma(@claufrola), sosteniendo mi mano cuando  todo en mi vida parecía venirse abajo, y yo me sentía caer al vació, sin saber qué hacer. Ya había estado ahí, es cierto. ¡Por eso me enojaba la situación! -¿Otra vez? ¿Otra vez replantearte todo? ¿En serio? Sería tanto más fácil conformarte, amoldarte, no cuestionarte. ¿Estás segura que querés pasar de nuevo por esto? Y la verdad era que no, ¡no quería pasar de nuevo por eso! Estaba enojada con migo misma, por ser tan complicada. Quería estar tranquila y feliz con lo que tenía, quería ser simple, convencional. Quería… ser normal! Pero eso no es posible, ya lo sé. No si nos atenemos a la etimología de la palabra, que hace referencia a lo  que se atiene a la norma. Mis tiempos siempre han sido otros, mis formas también.

Lo primero que dejé fue la relación. Después, el trabajo en el centro ayurvédico; parecía una locura, pero cada célula de mi ser sabía que mi camino no iba por ahí. Lo último fue la fundación de rehabilitación de adicciones en la que había trabajado por más de 8 años. En ese momento representaba mi único ingreso estable, y a pesar de estar en los inicios de la cuarentena, en la incertidumbre total, también lo solté. Necesitaba estar liviana, aunque aún no sabía para qué. De verdad no lo veía venir, por eso me dediqué a decorar el departamento y comprar cosas que necesitaba hace rato, como un escritorio y una biblioteca. Y un espejo gigante, en el que pegué la imagen de la foto de este posteo, que encontré  de casualidad en una revista, haciendo un trabajo de desarrollo personal con @Pilar Orgáz. Y juro que yo miraba ese dibujo, y quería creerle a esa que me hablaba desde otra dimensión. Quería creer que era cierto lo que me decía, pero lo dudaba, lo dudaba de verdad. ¿Otra dimensión? ¿Más luminosa y feliz? ¿Habitada por otra versión de mi? ¿Sería posible?

Hasta que llegó esa tarde de cuarentena,  fría y gris. Sabía que estaba pasando de nuevo, el quiebre, el momento bisagra, la metamorfosis. Pero esta vez fue distinto. Esta vez reconocí lo que estaba pasando, y en lugar de resistirme o enojarme, le hice un espacio. Confié en el proceso y dejé que aconteciera sin reprimirlo. Y esa voz me habló, y fue esa misma voz (la del corazón, no la cabeza) la que respondió la pregunta que me trajo hasta donde estoy hoy.

Gracias, gracias por esa tarde gris, que me trajo hasta aquí. Gracias a esa parte de mi que no le tuvo miedo al dolor y la incomodidad y les hizo un espacio que permitió gestar este momento. Gracias a esa voz que me habló y supe escuchar. Gracias por poder vencer mis miedos, y por no escuchar a esa otra voz que me dice que no puedo, no merezco, no valgo. Gracias por animarme a soñar y creer que otra realidad es posible. Que existen diferentes versiones  de nosotros mismos, y está en nosotros decidir a cuál le damos vida.

Gracias por leer estas líneas. Te dejo con esta pregunta: Y vos, ¿qué versión de vos mismo estás alimentando?

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